jueves, 26 de agosto de 2010

DOLOR DEL ALMA; INFINITAMENTE SUPERIOR AL DOLOR DEL CUERPO

7 de la noche de un día cualquiera. Entró temeroso a la habitación en la cual parecía completamente extraño, como si se hubiera equivocado de lugar. Se detuvo meditabundo detrás de la puerta que rechino escandalosamente con un agudísimo sonido que lastimó sus oídos y acelero su pulso. Se incremento su nerviosismo y sus ganas de desaparecer. Prefirió quedarse en ese lugar por un momento.
Algo le preocupaba, algo lo mantenía intranquilo, sobre espinas como dicen los mayores. Le preocupaba principalmente la llegada de su padre al anochecer y recordaba la amenaza de mama – espera nomas que llegue tu padre-. Además le indignaba y le llenaba de impotencia la risa burlesca y lasciva de sus hermanos que ya se divertían con la próxima paliza que iba a recibir en la noche. Era inútil reclamar, al menos explicar, pedir que por favor mama no se lo digas a papa. Sabía muy bien que de nada valdría. Solo quedaba esperar... esperar que no pasara el tiempo o estar en otro lugar, lejos de todo, lejos de los hermanos que lo veían como el hermano malo, como a un bicho raro al que hay que eliminar… al futuro asesino en potencia, al criminal desalmado… al próximo inquilino del espantoso infierno donde las almas condenadas arden por los siglos… terrorífico para un niño como el… un niño triste y tímido y apenas con siete años de edad.
En la mañana de aquel día había salido temprano luego de desayunar. El sol brillaba ya sobre las cordilleras volviéndolas maravillosamente doradas. Su pasatiempo favorito era caminar descalzo sobre el pasto, sentir el olor de la tierra mojada… perderse en sus pensamientos, en sus sueños de llegar a ser poeta, ser un pintor como Guayasamin o Picasso o de ser profesor.
Ese día luego de su acostumbrado paseo se encontró con su hermano pequeño que recién acababa de levantarse y entre los dos se dispusieron a jugar. La mañana transcurrió tranquila, apenas el silencio era desgarrado por el grito de los pequeños. Jugaron a ir a dejar a los chivos (frutos de gañal) a que coman pasto, pescar chufles, construir casas, puentes, carreteras, dibujar sobre el cemento con un pedazo de teja, fabricar arados, carros, etc. Y como es de costumbre en los juegos infantiles luego de tanta diversión vino la reyerta a dañarlo todo. El caso es que discutían, e irremediablemente llegaron los golpes pero como él, tenía un pequeño machete en su mano, inconscientemente lo levanto por lo alto por intimidar a su hermano más que con la intensión de lastimarlo. Ni siquiera había pensado en eso. Era todo pero fue suficiente para provocar la queja inmediata del hermano menor hacia su mama que veía al hijo de sus entrañas dando lastimeros alaridos al haber escapado milagrosamente de una muerte segura. Pudo haber quedado hasta aquí pero mama considero oportuno dar aviso a papa con lujo de detalles de todo lo acontecido. Y no era para menos, un intento de asesinato era algo gravísimo, un acto fratricida imposible de perdonar y que solo se pagaba en la correccional a donde decían que lo iban a enviar mientras viva y luego de la muerte al tenebroso infierno.
Y la amenaza de mama seguía zumbándole a los oídos -espera nomas a que llegue tu padre- y en efecto su padre llego. El corazón le dio un vuelco y su cuerpo débil y pequeño temblaba de miedo, su cara pálida de terror… tenía un ataque de taquicardia… algo le oprimía el pecho… sentía que le faltaba el aire. Pero había que ser fuerte hasta donde le sea posible. Dejo su escondite y se dirigió a la cocina. Todos cenaban ya. Entro temeroso, paso a paso, la cabeza agachada como la de un reo que llevan al cadalso. Se encontró con la mirada amenazadora y triste al mismo tiempo de su mama y la mirada pesada de sus hermanos. Apenas comió algo, luego más tranquilo se dirigió a la habitación donde su madre y sus hermanas aun tejían. Que fría y tenebrosa fue aquella noche.
De pronto entra su padre y toma asiento. Solo falta que la hermana comedida incite a mama a confesar a papa del gravísimo incidente. Ahora ya no falta nada. Ante el puntual recordatorio de sus hermanas, mama explica detalle a detalle la escena del crimen, de cómo había intentado asesinar a sangre fría a su hermano menor. Con la cabeza agachada y con lágrimas de desamparo en los ojos no se atreve a mirar a su padre que dirige ya su mano hacia la cintura para despojarse de su grueso cinturón. Cuando al fin su padre tiene el látigo entre sus manos, echando chispas de coraje por los ojos exclama seriamente:
- En este momento, te arrodillas y le pides perdón a tu hermano.
¿Qué es lo que escucha? Parece difícil de creer, imposible de asimilar. ¿Arrodillarse y pedir perdón cuando todos están presentes esperando a ver lo que acontece? Qué vergüenza más grande, que humillación. Silencio total. El tiempo se detiene.
Al no ver ninguna reacción papa vocifera
O le pides perdón a tu hermano o esta noche te entiendes conmigo
Bruscamente papa lo toma del brazo y lo obliga a arrodillarse, el esta callado y su silencio solo se interrumpe por un sollozo que inútilmente trata de contener. De rodillas frente al hermano ofendido, pálido pide a dios que si existe que lo ayude. Pero esa noche no acudirá dios.
Papa le da apenas cinco minutos para cumplir su orden, el tiempo se acorta. Incertidumbre total. Por su mente pasa la idea de pedir perdón pero herido su amor propio se detiene. Silba un latigazo y cae seco en su pequeña espalda, y luego otro y otro. No quiere llorar. Esta vez no lo hará. No quiere que sus hermanos lo vean llorar, peor aún su verdugo. Cierra sus ojos porque las lágrimas amenazan con salir. Le duele más el alma que el cuerpo en este momento. Tendido en el piso siente un fuerte estirón en su brazo, se siente suspendido en el aire, lo arrastran incompasiblemente. Entre nubes puede ver a su mama y a sus hermanas derramando copiosas lagrimas de cocodrilo. No entiende porque lloran ni quiere su lástima. Solo quiere estar muerto y a donde lo llevan quizá haya el objeto que lo haga despedirse del mundo. Ya no escucha llantos, solo se siente arrastrado en la oscuridad por una fuerza descomunal. Suenan llaves abriendo una puerta, se escurra un agudo chirrido. El cuarto abandonado se ilumina y es lanzado con fuerza a su interior. Llueven latigazos sobre su cuerpo pero físicamente no los siente. No se pueden sentir dos dolores al mismo tiempo. La luz se apaga y se cierra la puerta. Oscuridad absoluta, soledad, desesperación, rabia, indignación, miedo.
Ahí está todavía, tendido en el frio suelo, con su mundo y sus sueños destruidos. Al asesino le espera la condenación eterna. Para el solo le espera el infierno y el demonio no tardara en llegar. Le toca comprender lo que significa ser la oveja negra de la familia como le habían dicho. Ahora si llora… tiene que hacerlo… tiene que morir… pero no hay nada… ni una cuerda…ni una botella…ni una navaja… ni el cartón de insecticidas. Parece que todo conspira en contra de él. Se golpea contra la pared y cae nuevamente al piso. Rechaza las cobijas que sus hermanas le ofrecen por la ventana y lentamente va perdiéndose en un laberinto ahogado apenas por las lagrimas que salen abundantemente de sus ojos que ya no pueden ni quieren ver la luz. Mañana si la desgracia le permite estar vivo para él será diferente, la vida le marcará un antes y un después de la fractura del alma.